Al igual que sucede con el conocimiento relacionado con el simbolismo del número y las proporciones, la orientación de los templos cristianos también fue heredado de los antiguos constructores y tuvo una importancia casi religiosa entre egipcios, griegos y romanos. Este ritual de orientación, indisolublemente unido al de fundación, establece una relación del edificio con el Cosmos. En la antigüedad clásica, los templos estaban dispuestos con la puerta de entrada hacia el Este, de forma que, con la salida del Sol, los rayos de luz iluminaran la estatua del dios custodiada al fondo del templo. Con la llegada del cristianismo, las primeras iglesias continuaron esta tradición, aunque tras el Concilio de Nicea, se estableció que fuera la cabecera la que estuviera mirando a la salida del Sol y no la puerta.
De este modo, cuando el Sol iniciaba su ascenso los rayos de luz entraban a través del ábside, identificándose la luz con el propio Cristo. Esta orientación tenía también otros significados simbólicos, como explica Jean Hani: "La puerta está al oeste, a poniente, en el lugar de menos luz, que simboliza el mundo profano o, también, el país de los muertos. Al entrar por la puerta y avanzar hacia el santuario, uno va al encuentro de la luz: es una progresión sagrada y el cuadrado largo es como un camino que representa la "Vía de Salvación", la que conduce a la tierra de los vivos, a la ciudad de los santos, donde brilla el Sol divino".
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