La alquimia forma parte de las ciencias tradicionales. La palabra es de origen árabe y se refiere a "cheme" (tierra negra), símbolo de la materia prima de Egipto, donde esta ciencia tiene su origen en el mundo occidental. Existen otras tradiciones alquímicas, principalmente la india o la china. Hasta nosotros han llegado textos que llevan el nombre de Corpus hermeticum, tradicionalmente atribuidos a Hermes Trimegisto (es decir, "tres veces grande", identificado con el dios egipcio Thot, protector de todas las artes y de las ciencias sagradas. Hermes es también el nombre griego del dios Mercurio, que se refiere tanto al Mercurio filosofal como a la piedra, llamada Erma, que se le dedicó. En este simbolismo encontramos la fluidez de Mercurio, entendido aquí como el metal homónimo, así como la firmeza de la piedra, que estabiliza este dios en Erma. La Tabla de la Esmeralda es el documento más conocido del Corpus hermeticum, que reune las obras que se tribuyen a Hermes Trimegisto y que está considerado como una colección de reglas por los alquimistas, porque prescribe la ley de correspondencia entre el cielo y la tierra, base de la Gran Obra: "Lo que está arriba debe ser como lo que hay abajo".
El hermetismo nació antes del Diluvio, gracias a Tubalcaín, el fundador y el equivalente hebraico de Vulcano o Hefesto, el herrero primordial cuya herrería se encuentra en las entrañas del Etna. Lucarelli estableció una analogía entre el Cam bíblico y la tierra negra: la alquimia, por lo tanto, habría nacido en las tierras sagradas de Cam y se habría extendido desde Egipto hasta Grecia y después hasta el Lacio.
Es cierto que la alquimia es una ciencia relativa a las transformaciones de los metales y de los minerales. Se produce en un horno, llamado hornillo de atanor que representa el crisol y, al mismo tiempo, el cuerpo humano, el auténtico lugar en el que la transformación debe producirse. En consecuencia, el objetivo de esta ciencia no es la transformación pura y simple de los metales viles en oro, sino la transformación de su propio cuerpo en "oro". En efecto, la obra alquímica es la Gran Obra, que consiste en una transformación en luz o en oro.
El lenguaje de la alquimia es muy difícil, tanto en su argot (utilizado con el fin de evitar que la ciencia caiga en manos profanas), como en sus realidades, objetivamente difíciles de interpretar y describir. Así pues, se trata de un lenguaje simbólico que contiene, con otra forma expresiva, esta misma ciencia que los maestros albañiles explotaron ampliamente en su arquitectura. Por lo tanto, podemos pensar que la catedral es también una gran obra de alquimia, un texto legible según los criterios de las dos ciencias. La catedral, como hemos dicho, transforma a quien entra en ella y es la reedificación en piedra de la obra perseguida por los alquimistas. (Los secretos de las catedrales)
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