Los mayores templos de la antigua Grecia eran un himno a la divinidad a la que eran dedicados; ocurría lo mismo con los claustros y muchas iglesias románicas. Es natural que esta matemática musical haya sido aplicada a las formas más puras del gótico. Así, Notre Dame de París y Notre Dame de Chartres, como indica ya su nombre, son un himno a la Virgen. Las raíces de estos conceptos ya se encuentran contenidos en las enseñanzas de Pitágoras, para quien a determinadas proporciones precisas correspondían intervalos musicales y a las medidas correspondían melodías. Pero no es necesario conocer las notas: la armonía escondida en las catedrales se percibe de forma inmediata e íntima.
La catedral "toca" para ella misma la música que no podemos percibir con nuestros oídos, pero que nos llega incluso cuando el canto litúrgico se calla. Charpentier demostró con una serie de cálculos complicados, que en la catedral de Chartres cuatro líneas horizontales, subrayadas por marcos ligeros, pueden acompasar la disposición vertical del edificio.
Descubrió que sobre las proporciones geométricas de la elevación se instala al mismo tiempo una escala de intervalos musicales. Se trata de la gama del primer modus gregoriano, basado en la nota Re y en las "buenas notas" Re-Fa-La.
Sin lanzarse con argumentos demasiados especializados, es necesario recordar que Charpentier presentó una serie impresionante de correspondencias entre los números y las relaciones que hacían más fácil el paso de la geometría a la música. (Los secretos de las catedrales)
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