Los arquitectos bizantinos habían evitado con mucha destreza el problema de la luz gracias al uso de los mosaicos, en los que las figuras se destacan netas y coloridas sobre un fondo de oro.
En sus construcciones no se siente la necesidad de una luz procedente del exterior por todo lo que brillan (como por ejemplo en Ravena), a causa del oro y los colores resplandecientes de las teselas de los mosaicos. El mausoleo de Gala Placidia resplandece por sus colores minerales, los azules del lapislázuli que contrasta con el oro: a través de las diminutas ventanas, veladas por placas de alabastro, penetra una luz apenas suficiente para distinguir las magníficas decoraciones que, sin embargo, llegan a dilatar el espacio hasta convencer al espectador de que se encuentra ya en presencia de la Jerusalén celestial. Esto demuestra que de un uso inteligente de la decoración pueden surgir los mismos resultados que se obtienen por otros medios. (Los secretos de las catedrales)
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