Santiago de Compostela es un lugar mágico, lleno de encanto y con una larga historia que se remonta a los tiempos romanos o, incluso, más allá. En ella termina la gran vía romana conocida como "El camino de Santiago", recorrida por miles de peregrinos que, desde la Edad Media, llegan a venerar las reliquias del apóstol Santiago el Mayor.
Guiándose por la Vía Láctea y cargados de fe y esperanza, los peregrinos llegan a Santiago de Compostela con la ilusión de abrazar la tumba del Apóstol.
Santiago el Mayor o Jacobo Zebedeo fue uno de los doce apóstoles de Jesús, junto con su hermano Juan. Tras el Pentecostés, Jacobo fue a predicar a Hispania (las actuales España y Portugal) y comenzó por la región de la actual Galicia. Allí hizo algunos discípulos y luego regresó a Jerusalén, después que María se le apareciese milagrosamente en Zaragoza llamándolo para que estuviese junto a ella en su lecho de muerte. En Jerusalén fue apresado, torturado y decapitado por Herodes Agripa y se prohibió que se lo enterrara.
La leyenda cuenta que sus discípulos o sus ángeles trasladaron en secreto su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar, pero sin tripulación ni timón, en la que depositaron el cuerpo. La nave emprendió sola la travesía marítima, remontando el río Ulla hasta la Iria Flavia, la capital de la Galicia Romana, donde sus discípulos españoles enterraron su cuerpo y levantaron un altar sobre la tumba. El sitio pronto fue visitado por numerosos fieles cristianos, hasta que en el 257 Vespasiano prohibió estas reuniones y fue olvidado.
A fines del siglo VIII, en el NE de la Península Ibérica se difundió la creencia de que Santiago el Mayor había sido enterrado en esas tierras. En el 813 un ermitaño llamado Pelayo o Paio vio luces y oyó cánticos celestiales en el bosque de Libredón. Teodomiro, el obispo de Iria Flavia, al enterarse de esto acudió a comprobar el hecho y así se descubrieron los restos de una pequeña cripta con los sepulcros de Santiago y sus discípulos y una lápida con inscripciones que lo ratificaba. Alfonso II el Casto, Rey de Asturias, viajó con su corte al lugar, por lo que se convirtió en el primer peregrino de la historia. Mandó construir una pequeña iglesia, que más tarde sería la Catedral y esta noticia se propaló rápidamente manifestando finalmente la revelación de su sepulcro.
Alfonso le comunicó el hallazgo a Carlomagno y a León III, quienes mediante una bula lo pusieron en conocimiento de la cristiandad. (Lugares Sagrados - La Nación)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario