UN PASEO PARA CONOCER EL MUNDO DE ESTOS SERES MARAVILLOSOS .....

agosto 29, 2010

El abanico de convolvulus

Los abanicos siempre han desempeñado un papel importante en la cultura y mitología japonesa. Cuando se pliega sobre si mismo simboliza la vida: el remache indica el comienzo del viaje y las partes que de él irradian representan el camino de la vida.
En los abanicos se escribían mensajes secretos de amor, que los amantes intercambiaban. Esta es la historia de Asagao, una mujer que pierde la vista por su amor a un mercader cuyos mensajes amorosos acabaron por unir a la pareja muchos años más tarde.
Komagawa el mercader y Miyuki, una joven de Kioto, se enamoraron. Intercambiaron abanicos, como era costumbre y Komagawa escribió un poema en el suyo sobre la belleza del asagao o flor de convolvulus. Cuando Miyuki regresó a su casa, sus padres le dijeron que tendría que contraer matrimonio con alguien a quien ella no conocía.
Destrozada, huyó y se dirigió al río donde había conocido a Komagawa, pero hasta las luciérnagas habían desaparecido en el frío aire de la mañana.
Tanto lloró que las lágrimas saladas le hicieron perder la vista. Y aunque se vio obligada a deambular por las calles, Miyuki se negaba a mendigar: ganaba dinero gracias a su maravillosa capacidad para el canto. Le encantaba interpretar el poema sobre la flor de convolvulus y por eso comenzaron a llamarla Asagao. Viajó mucho y su fama se extendió por todo el país.
Pasaron algunos años, Komagawa y su amigo Takita entraron un día en una casa de té para descansar y mientras se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo, Komagawa vio su propio poema de amor escrito sobre un biombo. El propietario le contó que una chica ciega le había entregado el poema porque era su canción favorita. Como la joven se encontraba en ese momento en el jardín, el hombre invitó a ambos a escucharla maravillosa voz de su cantante. Asagao cantó sin saber que se encontraba frente a su amado y él tampoco pudo revelar su identidad porque Takita era amigo de la familia de la muchacha. Cuando los mercaderes se marcharon, el dueño de la casa de té entregó a la joven un abanico que Komagawa le había dejado. Entonces ella se dio cuenta de que quien se lo había regalado era el amor de su vida y de inmediato recuperó la vista.
Sin esperar un instante, salió a la calle, a pesar de la violenta tormenta y se lanzó en busca de Komagawa. Toda la noche deambuló bajo la lluvia y al amanecer escuchó que alguien la llamaba "Asagao...Asagao...". Al girar vio a Komagawa que corría hacia ella...

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