¿Cómo no reconocer en ella, tal como lo hacen los poetas, una fuerza viva, una musa, un instinto?
Estos mismos poetas que saben decir en la voz de Baudelaire:
"La Luna, que es el capricho mismo, miró por la ventana, mientras tú dormías en tu cuna y se dijo: "esta niña me gusta".
Como una madre, como un don heredado, la Luna nos guía desde el nacimiento. Hablan de ella muchos mitos y se le han dado muchos nombres.
Quien es esta bella, enigmática, inocente, terrible y sana presencia? Qué cosas evoca y convoca la Luna en su danza intemporal y cíclica? Por qué bajo la luz de la Luna se despiertan sentimientos tan diversos: la absoluta calma, los demonios más intensos, los recuerdos refrescantes, la intranquilidad que priva del sueño o la alegría de saber que mañana nos espera otro día más?
La Luna siempre ha sido portadora de las más bellas, confiables y a la par, terribles imágenes. Todos nos hemos ocupado de ella y con distintos lenguajes: la astronomía nos informa su forma, la tecnología ha llegado a poner su pie en ella y tenemos datos y fórmulas que no la agotan.
En la psicología profunda y en la astrología, la Luna nos remite a la idea del Arquetipo de la Madre y por tanto, de nuestra Madre interna: lo seguro, lo cómodo, lo instintivo nutricio, nuestro primer vínculo de amor.
La Luna atraviesa el cielo vinculándose con el Sol en un eterno juego atemporal, nada más seguro y a la vez cambiante, que en sus distintas fases se convierte en el fiel recordatorio de esa ley inexorable con la cual todo el universo es atravesado: los Ciclos.
Ella pertenece también a un lenguaje que nos habita y es sin embargo inagotable: El Símbolo.
(Silvia Lebrero - Fundación Carl Jung)
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