Durante el gobierno del príncipe sirio Abd al Rahman I (756-788), Córdoba, una población poco importante, se convirtió en una ciudad próspera. Se construyó la Gran Mezquita, que se acabó 200 años después tras reformas y ampliaciones, aunque su interior sigue siendo un lugar mágico.La Gran Mezquita está escondida bajo paredes de piedra maciza reforzadas que dan pocas pistas sobre la magnificencia que albergan. El salón de oración tiene 850 columnas de granito, jaspe y mármol que sostienen arcos de ladrillo y piedra con franjas rojas y blancas, los cuales parecen entrelazarse infinitamente en todas direcciones. La luz del sol se filtra por las ventanas, creando dibujos siempre cambiantes sobre el inmenso suelo, que al principio solo recibían la compañía de la luz parpadeante de pequeñas lámparas de aceite. Es como estar dentro de un surrealista puzzle arquitectónico; es una experiencia inolvidable y una prueba de que el interior de un edificio no necesita decoración y mucho menos muebles, en manos de grandes arquitectos y artesanos. El ritmo de los arcos se interrumpe solo por el mihrab de mármol y oro (el arco que señala a los fieles la dirección en la que deben rezar), adornado con mosaicos bizantinos.
Cuando Córdoba se hizo cristiana, la mezquita fue consagrada a la Virgen María y se le hicieron algunos cambios incongruentes, siendo el mas espectacular de ellos la gigantesca catedral gótica construida en su centro, en el siglo XVI.
(Jonathan Glancey)
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