Estos arquetipos son energías de vida que surgen incesamente de nosotros, día y noche, estemos dormidos o despiertos, influyendo sobre todos los que nos rodean y haciendo que, a su vez, ellos ejerzan su influencia sobre nosotros. Los arquetipos moldean y cambian nuestros comportamientos. Conforman la estructura misma de nuestras vidas, aunque permanecen invisibles a la conciencia del ego y casi siempre funcionan por debajo de su nivel de conciencia. En cada ser humano se constelan siguiendo una pauta única e individual. Forman "la maquinaria del universo", que construye y conforma nuestra realidad. Son energías que producen cambios y fluctuaciones en nuestros asuntos y relaciones. Estos procesos son desconocidos para nuestros egos personales, para la persona que vemos cuando nos miramos al espejo. Cuando empleo la palabra "ego" me refiero a la persona o máscara que cada uno llevamos puesta, el cuerpo-mente que incluye nuestro vehículo físico, lo que pensamos sobre nosotros mismos y cómo nos definen los demás.
Una vez que los arquetipos se proyectan en la pantalla que les proporciona un objeto, situación o persona, se niegan a retirarse hasta que sus necesidades estén satisfechas. Un ejemplo extremo es el del alcohólico que, si puede resisitirse a tomar la primera copa, será capaz de controlar las fuerzas arquetípicas; en caso contrario, el poder desatado del arquetipo inconsciente proyectado en el alcohol es el que tiene el control. Si se puede evitar esa primera acción de la cadena de comportamientos compulsivos, la compulsión puede contenerse, proporcionando tiempo para que el individuo pueda aprender otros hábitos más saludables.
Por lo tanto, los arquetipos son las energías que crean y sustentan nuestras realidades personales; son, si queremos llamarlos así, aspectos de Dios que todos y cada uno podemos experimentar.
(De "La meditación del guía interior" - Edwin Steinbrecher)
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