La construcción de la catedral gótica requería un gran saber. La catedral, como los templos griegos y romanos, respondía efectivamente a reglas no modificables, es decir, a la magia de las cifras. Para ser constructor, por lo tanto, había que conocer el argot o el lenguaje secreto de los constructores. Y el hecho de que, gracias a ese argot, naciera un monumento al alcance de todo el pueblo es absolutamente notable.Este sistema de formas, proporciones y cifras era visible tanto en el plano como en la proyección de los edificios.
Para pasar del plano a la proyección, es decir, de las dos dimensiones lineales a la tercera dimensión, se ponían en práctica técnicas geométricas precisas exactas.
El álbum de los bosquejos de Villard de Honnecourt, un maestro del gótico "absoluto", ilustra esta forma de proceder.
Ahora bien, los albañiles solían ser analfabetos, aunque buenos conocedores del lenguaje de la construcción. Se expresaban mediante un modo diferente de comunicación. Las cuestiones geométricas, que desde el punto de vista teórico todavía están sin resolver, o han sido resueltas con ayuda del cálculo integral, eran afrontadas y superadas en la obra: en la catedral de Chartres se llegó a resolver el problema de la cuadratura del círculo, sin recurrir a oscuros teoremas matemáticos. Se trataba de un desafío lanzado por los maestros masones, que sólo iban armados de escuadras y compases y de pequeñas estacas y jalones. Igual que los alquimistas, que podrían haber conseguido transformar el plomo en oro.
La catedral constituía, por tanto, un conjunto complejo, armonioso y poético, así como una fuente de aprendizaje excepcional.
Las catedrales son, en realidad, la expresión de un patrimonio de conocimientos exactos y específicos, transmitidos desde una época lejana y llegados a sus albañiles a través de un largo recorrido por el tiempo y el espacio.
Estas verdades son constantes y van más allá de las diferencias temporales, geográficas y étnicas. (El secreto de las catedrales).
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