Aburrido Zeus en el Olimpo, decidió echar una miradita a la Tierra. Entonces vio, en el monte Ida, en Troya, a un adolescente de hermosa mirada que conducía a pastar a un rebaño. Entonces Zeus sintió una pasión desmedida, nunca antes sentida, por ese muchacho que recién comenzaba su juventud. Zeus se dedicó a mirar un tiempo a ese bello joven hasta que aprendió de memoria uno y cada uno de sus rasgos.
Ganímedes era el nombre de ese ejemplar masculino, un descendiente de Tros, el rey que le dio nombre a Troya. Ganímedes permaneció ignorante de la pasión que despertaba al dios del rayo. Y Zeus, que lo amaba en silencio, aprendió a amar la piel lampiña de Ganímedes, a conocer los pliegues de esas caderas poderosas, a disfrutar la vista de esos hombros musculosos. A la distancia, Zeus admiraba los labios del joven y los comparó con los frutos jugosos que en cualquier momento se abren de maduros y observó el brillante cabello que se mecía con una cadencia dulce, imperceptible para cualquier ser efímero.
Y, en los ojos claros del muchacho, vio el mar en su anchura y profundidad y se dio cuenta de que espejaban al propio cielo, donde dios vivía. Entonces, no dudó más y descendió a buscarlo.
Lo hizo en forma de águila. Ganímedes vio como la inmensa ave descendía con sus garras tensas y, con violencia, lo arrebataba de las laderas del Ida y se lo llevaba por el aire. El adolescente vio cuan alto podía subir esa ave, y desde las alturas, vio por última vez sus vacas y su río y la ciudad de las fuertes murallas. Y se desvaneció.
Cuando despertó, los dioses lo aplaudieron y le aseguraron que era uno de los pocos mortales que los dioses convertían en inmortal, pues a partir de ese momento divino, Ganímedes reemplazó a Hebe como copero de los dioses: ahora debía escanciar el néctar, el licor divino, en honor del dios de todos los dioses. Zeus estaba muy contento, con sus mejillas ardientes. Y los dioses lo miraban al joven con respecto y admiración, menos Hera, que lo hacía con desprecio y furia contenidos.
Y Hebe? Bueno, digamos que pasó a un retiro voluntario, pues eso de lidiar en la corte divina no era para un ser tan dulce y cándido como ella. De modo que dejó el puesto al adolescente favorito de su padre y ella, que era la viva personificación de la juventud, se dedicó a danzar con las musas bajo el son encantador de la lira de Apolo, su medio hermano.
(Ariel Pytrell)
Tu cada vez me sorprendes, con fabulosos relatos, historias, mitos, escritos, exposiciones, imágenes!
ResponderBorrarUn Besito Marino